El
triunfo no es una meta, sino el estado
de aquel que busca hacer algo mejor cada día de su vida porque se encuentra
insatisfecho; del que crea y a la vez emprende; del que no se queda inmóvil al
borde del camino viendo pasar su vida como si fuera la de otro; del que ve en
cada momento una oportunidad para aumentar la intensidad de su deseo de crecer
y de darse a los demás.
Perdemos
más tiempo justificándonos para no hacer algo que el que nos tomaría realmente
poner manos a la obra. Frecuentemente
decimos “no tengo tiempo”, “ese no es mi
problema”, “no fue mi culpa” y llegamos a convencernos de que ésa es la
realidad, y así acallamos nuestra conciencia y permanecemos tranquilos ante lo
que no podemos lograr.
Explicamos
el fracaso con infinidad de excusas.
El
triunfo no requiere explicación; una
persona triunfadora siempre ve una respuesta
para cualquier problema y el
necio siempre ve un problema como toda respuesta.
La
voluntad se forja como el acero: a altas
temperaturas, es decir: si cada día acumulamos más calor, siendo mejores que
ayer, llegaremos a tener voluntad de acero…
No
existen los fracasos ni los errores, porque los fracasos sumados uno a uno
forman la superación personal.
Reconocer
que es propia la culpa es un paso para
encontrar la forma de no volver a equivocarnos; así sabremos dónde estuvo el
error sin engañarnos pensando
tranquilamente que el error o la culpa fue de los demás.
No hay comentarios:
Publicar un comentario